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El pasado domingo por la noche un tweet me despertó del semiletargo en el que me encontraba. Era la declaración de un pedófilo, es decir alguien que siente atracción sexual hacia menores. Sentir atracción no implica realizar ninguna conducta. Sentir atracción no es delito. Hay pedófilos que jamás han tocado a un niño. Es diferente de la pederastia, que sí implica un abuso a castigar con todo el peso de la ley. Hecha la distinción, vale la pena escucharlo.

 

(Este vídeo forma parte de un interesante reportaje emitido por TV3, Televisió de Catalunya, sobre la atracción hacia menores)

¿Qué pasa cuándo tenemos una fantasía o un deseo sexual que va en contra de nuestros principios y valores? ¿Cómo nos sentimos? ¿Cómo aprendemos a vivir con ella? Este es un caso extremo, posiblemente uno se sentirá casi como un «monstruo» y ha de aprender a aceptarse a sí mismo. Además, en un tema que será difícil de contar a otras personas. Los estigmas, ya se sabe. Pero repito, un pedófilo no es obligatoriamente un criminal. Lo es un pederasta.

Hay personas sádicas que lo primero con lo que batallan es con la constatación de que disfrutan haciendo daño a otros. Y hay sumisos que han de admitir que les excita ser humillados, algo que en su vida «real» no aceptarían ni en broma. Aquí entra otro tema interesante, cuando la fantasía choca con un determinado rol social que se nos ha enseñado.

La sexualidad es así de caprichosa. Quizás la clave radica en pensar en ella como algo que tiene mucho de instintivo y poco de racional. Pero los seres humanos somos esto último, racionales y por ello en demasiadas ocasiones nosotros mismos somos nuestros mayores censores. No debería haber sentimiento de culpabilidad ante las fantasías. Entendamos la sexualidad como un juego en un momento determinado que nos ayuda a evadirnos, a disfrutar, ya sea de manera unipersonal o grupal. Sobra decir que siempre bajo la premisa de no hacer daño a nadie (incluidos nosotros mismos),

Además, me parece que controlar las fantasías es algo muy complicado. De hecho, me pregunto si es posible. Las terapias de reeducación van dirigidas a la modificación de conductas, a entender que no podemos llevar a cabo la acción, a empatizar con las otras personas, a distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, a frenar los impulsos (también químicamente).

Puedo fantasear con estrangular a mi vecina que folla a todo volumen de madrugada un día laborable. Quizás deseo sexualmente al vecino del cuarto, a pesar de estar felizmente casada. Pero todo eso no conlleva mayores consecuencias. A no ser que lo hagamos, claro está.

«Se puede tener por compañera la fantasía,
pero se debe tener como guía a la razón.»
(Samuel Johnson)

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  • Joumuorui
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    Totalmente de acuerdo, Arola. Has puesto un ejemplo extremo con el pedofilo y la pederastia. En este caso, el pedofilo que nunca ha tocado un niño, entiendo el rechazo que provoca en la sociedad, por las consecuencias que puede tener si un día da el paso y se convierte en pederasta.
    Sin embargo el sadismo y la sumisión, yo creo que de algún modo siempre están presentes en el seco. Siempre hay alguien que domina y otro que le gusta ser dominado. Y no hay peligro de ocasionar daños a terceros. Y los daños en los sumisos no son frecuentes. Al menos no trascienden a la opinión pública.

  • tramuntana
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    Las fantasias existen para descargar todos los deseos e impulsos sexuales que, por una razon o otra, no se pueden llevar a la pratica en la realidad. Tambien son un modo de explorar la sexualidad de uno mismo y el deseo. Algunas pueden llevarse a la pratica. Otras no. Que marca la linea? La etica. En este caso, las fantasias pueden ayudar a que no se cometan actos tant despreciables hacia menores. Se puede tolerar a un pedofilo. Jamas un pederasta. Buen articulo Arola.

    • Arola Poch
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      Muchas gracias por tu comentario. Creo que hay que distinguir bien, efectivamente, entre una cosa y la otra. Las fantasías no se eligen. Las conductas, sí. Saludos!

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