Parece que nos la han colado o como se diría popularmente “emosido engañado”.
Seguro que muchos conocéis esa historia que cuenta que los vibradores nacieron porque los médicos victorianos trataban a las mujeres de histeria mediante un masaje en la zona vulvar con el que conseguían que llegaran al “paroxismo histérico” un momento de tensión tras el cual quedaba relajadas (es decir, lo que hoy llamaríamos orgasmo). Como era un movimiento muy mecánico y manual, el doctor Joseph Mortimer Granville patentó y comercializó el primer vibrador eléctrico en 1880. Estos instrumentos, además, eran más efectivos: conseguían en cinco minutos lo que mediante masaje manual necesitaba una hora. Ciertos anuncios de vibradores en revistas de principios de siglo XX corroboraban fuertemente esta historia.
El origen médico de los vibradores se ha contado muchas veces (yo misma me he hecho eco en varias ocasiones) y no es para menos, ya que tiene todos los ingredientes para que circule de boca en boca: habla de sexo, de placer, de medicina, de orgasmos, de masturbación y de mujeres. Además, es simpática: nos imaginamos a las señoras victorianas acudiendo en masa a ser masturbadas por el (a ser posible joven y guapo) médico y sonreímos. La película «Hysteria» (2011) se aprovechó de todos estos ingredientes para hacer una comedia con base histórica: empieza diciendo “Basado en hechos reales. En serio”.
Toda esta historia se sustenta en un único documento: el libro “La tecnología del orgasmo: La «histeria», los vibradores y la satisfacción sexual de las mujeres” (2010) de Rachel P. Maines, científica especializada en la historia de la tecnología. En su libro, Maines da por cierta toda la historia, justificada con numerosas citas. Además, explica que el modelo androcéntrico de la sexualidad hacía que no se percibiera el vibrador ni el masaje manual como sexuales, porque ninguno de los dos métodos involucraba la penetración vaginal.
Pero aparecen en escena Hallie Lieberman y Eric Schatzberg, historiadores también, que en 2018 publican el artículo “Un fracaso del control de calidad académico: la tecnología del orgasmo” en el que básicamente vienen a decir que toda esa historia es falsa y reflexionan sobre cómo se puede tergiversar la historia con fundamentación académica.
Según cuentan en este artículo de la BBC, Lieberman, autora del libro sobre la historia de juguetes sexuales «Buzz: A Stimulating History of the Sex Toy«, investigó la historia de Maines y cuando consultó las fuentes citadas por esta, Lieberman no encontró nada que dijera que los médicos estaban usando vibradores para estimular el clítoris. No hay, según Lieberman, ninguna evidencia que refuerce este planteamiento. Lo único que hay es una historia repetida muchas veces.
¿Y qué dice la autora del posible bulo sobre todo esto? Según este artículo en The Atlantic, Rachel Maines asegura que su argumento en “La teoría del orgasmo” era solo una hipótesis, que nunca dijo tener evidencias de que fuera realmente así. Leyendo a Maines (aquí por ejemplo) su historia no está planteada como una hipótesis.
La autora agregó que estaba “un poco sorprendida de que otros académicos no cuestionaran su argumento, dada las escasas evidencias aportadas. Pensé que se atacaría de inmediato.” Quizás la historia era tan buena que no quisieron cuestionarla.
¿Y los anuncios en revistas de la época?
Efectivamente, los aparatos que emitían vibración existían a finales de siglo XIX y con fines médicos. Pero para tratar aspectos menos placenteros. Se usaban para el alivio de innumerables dolores y condiciones, como la sordera, la ciática, las molestias digestivas, las flatulencias e, incluso, para quitar arrugas. Tenían artilugios para introducirse por la vagina o el recto, pero su uso era menos placentero: para revisiones ginecológicas o para curar estreñimiento y hemorroides.
Lieberman asegura que “aunque eran promovidos ampliamente para otras terapias médicas en esa época, no hay nada que diga que fueran usados por doctores como técnica para inducir orgasmos en mujeres histéricas”.
Que no haya ningún documento, ninguna evidencia de que aquello fuera una técnica usada, resulta sospechoso. Dicen que aquello de lo que no se habla, no existe. Pues eso.
Ahora bien, lo que hicieran las mujeres en su casa ya es otra historia. De hecho, en 1930 el ginecólogo Robert Latou Dickinson registró el uso autoerótico de un vibrador eléctrico por una de sus pacientes (según el libro Buzz: A Stimulating History of the Sex Toy).
Hay un hecho constatado en nuestra época de fake news: las rectificaciones normalmente tienen menos eco que la noticia falsa. Creo que seguiremos reproduciendo la posiblemente no real historia de los vibradores. Hay que reconocer que es buena.